A mi lado se encontraba una mujer no mayor que mi madre.
Leía un libro, “Un veneno llamado amor”, me pareció leer. De pronto sonrió,
como si lo que hubiera leído le hubiera parecido lo más tierno jamás visto. No
llevaba anillo de casada. Y no era una mujer que llamará la atención, por su
físico. Pero me sorprendió esa mirada. Me sentí cómoda a su lado e incluso me
atrevería a decir que hubiera encantado hablar con ella y conocer sus gustos. Me miró con cara de incrédula, como si pensara
“¿Qué miras? ¿Tengo monos en la cara?”
Miré hacia la otra parte del vagón, evitando la mirada con
la mujer del libro de amor. Me fijé en
un muchacho alto, de pelos rizados y rubios. Me miro y me sonrió, con una
sonrisa deslumbrante, como si hubiera sido una alegría que yo me fijará en él.
Le devolví la sonrisa. Llevaba una tabla de skate y la gorra hacia atrás. Parecía
salido de una película americana.