lunes, 12 de noviembre de 2012

La pequeña guerrera

Nora era pequeña y tenía terror a la oscuridad, como cualquier persona en algún momento de nuestras vidas.

Para combatir ese miedo, su madre había enchufado una minilamparita, pero que por mucho que creyera que eso tranquilizaría a la pequeña, lo único que provocaba era que viera sombras tenebrosas apoyadas en sus queridas paredes.

Nora se moría de miedo cada vez que se despertaba a media noche y observaba como sus peluches, los cuales horas antes se hacían pasar por príncipes encantadores tomando té en una de las cafeterías más distinguidas de Noralandia, se convertían en seres de orejas puntiagudas, ojos brillantes y de uñas largas y afiladas. Más aún, cuando dichos peluches se proyectaban fantasmagóricamente en sus paredes.



La pequeña siempre se despertaba por ese dichoso zumo de naranja que no podía mantener dentro de sí pasada la medianoche. En ese momento, gritaba el nombre de su madre para que fuera a su cuarto y la acompañara hasta el cuarto de baño, como si fuera su guardiana a la que nada temía.

Un día, la madre de Nora habló con ella para intentar convencerla de que fuera ella sola al baño ya que su hermano recién nacido se despertaba con sus llamadas nocturnas.

Nora, después de llorar y darse cuenta de que su guardiana la abandonaba en medio de esas sombras, le prometió que a partir de ese momento iría sola al baño y le dio un beso.

Esa misma noche, Nora intentó ir, pero las sombras se le echaron encima y se acurrucó en sus sábanas, como si fueran el mayor escudo creado. A la mañana siguiente, su madre tuvo que lavar y tender sus sábanas de estrellitas moradas.

A la noche siguiente lo intentó de nuevo, pero obteniendo los mismos resultados que la noche anterior.
Hasta que una noche, se despertó, como todas las noches, para ir al servicio, en su frío colchón desnudo. Pero esa noche fue distinta, ya que la pequeña Nora se armó de valor y se levantó de su cama. Una de las sombras se abalanzó sobre ella para impedirle el paso, dejando de ser sombra para ser algo material, negro y viscoso. Pero Nora ya estaba de pie, con sus pequeños pies descalzos y dispuesta a no despertar a su madre y su hermanito para poder ir al baño ella sola. Así que se armó con su escoba de las cocinitas cual espada y su carpeta favorita de los teletubbies como escudo y derrotó a la gigante sombra que se postraba frente a ella. Las demás, al ver lo valiente que se hizo la pequeña guerrera, huyeron y volvieron a sus formas originales.
Y así, la pequeña Nora, jamás se rindió frente a las sombras de su vida

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