El otro día hablé con él. Me abrí mental, emocional y espiritualmente con él. Quizás sea con el primer hombre con el que cuando me expreso y suelto toda la maraña de pensamientos e ideas que se alojan en mis pensamientos, me entiende.
Él no ve palabras sueltas o frases bonitas o emotivas. Él ve una historia. Mi historia. Las múltiples partes que tiene mi vida. Pero lo más fascinante es, sin duda alguna, su capacidad de escuchar las decadentes palabras de mi día a día. Es capaz de que sin soltar palabra alguna sabe todo lo que siento y pienso. Cada palabra que no digo, él la interpreta. Se puede leer en su mirada.