lunes, 6 de febrero de 2012

Él

Mi corazón se acelera cada vez que pienso en él. Tuenti es una buena vía para verlo, cuando no lo tengo cerca, claro. También me vuelve loca dos fotos que tengo de él, una besándome, con sus labios  acaramelados, y otra, antes de comenzar a salir y la mismísima noche en la que me besó, que tiene cara de niño bueno. Me vuelve loca. Y pensar que quizá solo sea un amor adolescente y que no dure ni siquiera un año. Es penoso. Me encantaría que durase para siempre. También es cierto que lo que siento es normal, solo llevo, desde que me besó un mes y medio, ya casi dos meses, y esos dos meses son maravillosos, y, como suelen decir, los comienzos son preciosos pero que se olvidan cuando cortan y solo podemos recordar lo cabrones que han sido con nosotras. Pero esto no lo he sentido por nadie jamás.

Aunque tengo miedo. Miedo a perderlo. Miedo a que me odie. Miedo a odiarlo.

Y me apasiona. Me apasiona su forma de besar, su forma de acariciarme, de mirarme. Me apasiona el simple hecho de que me coja la cara y la acerque a la suya para que nuestros labios se junten y se fusionen en uno solo. Me acelera el corazón el simple hecho de pensar en él, en su existencia junto a mí, en esas tardes que me acompaña hasta la mitad del camino a mi casa, cuando pasamos por sitios oscuros y me abraza fuerte,  diciéndome que me ama. Me parece de película, y pararía el tiempo. Hubiera parado el tiempo la mismísima noche en la que me besó.

Esa noche volviendo del río, por las calles de Sevilla, cogidos de la mano y, a veces, de la cintura, contándome intimidades, tonteando conmigo, diciendo que conmigo todo era diferente y que desde el primer día que me vio sabia que estaríamos juntos, mucho o poco tiempo, pero que estaríamos juntos. Esa seguridad en sí mismo me gustaba. Luego en el metro, agarrándome de la cintura, con delicadeza. Abrazándome. Yo besándole el cuello. Le mordí. Se quejó. Se sentó lejos de mí, porque supuestamente estaba cabreado. Como me gusta que haga eso.  Me acerqué, diciéndole que no podría aguantar sin tocarme, sin agarrarme, que se sentiría inseguro teniéndome cerca sin posar sus manos en mí. Miró hacia otro lado, mientras sus manos se posaban en mi cadera y mi cadera, y yo junto a ella, era atraída hacia su cuerpo, moreno y caliente, seguro de sí mismo. Me volvió a abrazar. Me sentía feliz. Después de muchísimo tiempo, me sentía feliz.
Nos bajamos del tren. Salimos del metro, cogidos de la mano. Tan sencillamente. Mientras que por la calle reíamos y conversábamos respecto a tonterías de una cosa u otra. Jugábamos. El quería que yo le besase, y yo lo deseaba con todas mis fuerzas, pero no podía, llevaba sin novio solo dos semanas, no podía tirarme al cuello de uno tan rápido. Pero no podía, esa media sonrisa que me vuelve loca. Se alejaba de mí. Fingiendo, entre risas, que si no le besaba se iba a la otra acera (con doble sentido), me tuve que reír. Solté de improviso que el chaval que me gustaba, ahora era gay. Sonrió para el mismo.  Me preguntó si yo quería que él se acercase, yo le dije que sí. Me lo volvió a preguntar. Le dije que sí. Hasta que estuvo a escasos milímetros de mi boca. Me lo volvió a preguntar.

 Silencio. En mi mente solo había dos opciones, besarle o seguir tonteando y dejar que se me escapase el niño perfecto de mi infancia y que a la misma vez, en otra situación totalmente distinta, si lo veía por la calle lo odiaba y empezaría a insultarlo. No me podía creer que eso me estuviese pasando a mí.
Me di la vuelta, y seguí andando. Él se quedó de pie, parado. Me di la vuelta, mirando a su dirección. Ya estaba a metros de distancia de él, una figura perfecta para mí. Corrí en su dirección y cuando ya estaba a menos de un metro de él, salté. Confiaba en él, sabía que no me dejaría caer por nada en el mundo. Me agarró fuerte como si su misma vida estuviese en peligro. Agarré fuertemente mis piernas a su cintura. Comenzó a reír y a andar. Agaché la cabeza, estaba preparada para besarle. Pero él se vengó de lo que le hice, hacia ya 5 minutos antes. Me reí y me bajé de su cintura. Seguí andando, haciéndome la interesante, fingiendo que no me importaba el que me hubiera quitado esa carita de ángel, pero lo que él no sabe es que lo hubiera dado todo para que en ese mismo instante me besase. Llegamos a la esquina de mi casa, y para despedirse me dio un beso en la mejilla. Juntamos nuestras cabezas, frente con frente, mirándonos a los ojos como si estuviéramos cayendo al olvido. Pero no nos importaba. Estábamos cogidos de las manos, mirándonos fijamente. Se fue acercando lentamente, y yo, inconscientemente, también.  No creí que nuestros labios estuvieran tan cerca. Labio con labio se juntaron solo un segundo.

Me separé creyendo que me arrepentiría de lo que había hecho y de que le haría daño a otra persona más que me importaba. Pero después de un minuto, demasiado largo, no fue así. Me di cuenta de que había hecho la cosa más maravillosa de mi vida, que no me arrepentiría de nada en absoluto de lo que hice aquella noche. Y que aunque esto acabase fatal, nunca, nunca, nunca me avergonzaría.

Repentinamente me di la vuelta, y me fui acercando lentamente hacia él. Y nos besamos hasta que nos desgastamos.
En ese momento, hubiera parado el tiempo sin lugar a dudas.

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